domingo, febrero 15, 2015

Siempre tengo estos sueños...

... Donde me envía cosas y fotos (ese fue hoy) y despierto con opresión en el dedo.

¡Curioso!

Pd. Feliz todo.

miércoles, diciembre 17, 2014

Hoy los ángeles están conmigo.

Entre ángeles que sueñan.

Parte del cielo parecía caer como un meteorito sobre la tierra. Las grietas causadas por el impacto provocaban un estremecimiento en el suelo que había logrado un sinfín de reacciones en cadena. Las luces se habían extinguido, y había causado un caos inmediato por las calles de Quillota. Desde las pequeñas chispas haciendo contacto una y otra vez en los postes, hasta el humo poco certero de los autos y los autobuses que, aparentemente, ya habían sido abandonados por sus dueños, o no tan dueños. 

De cualquier modo, el apocalipsis había llegado. 

Y todos lo sabían. 

El silencio era estremecedor para quien estuviese vagando por las calles. Nadie se atrevía a salir al aire libre sin temor a ser encontrado por aquellos hombres con alas magníficas. Ángeles. Preciosos ángeles habían caído -o más bien, volado- hacia la ciudad. En primera estancia, pudo haberse considerado como un milagro, sólo, y sólo sí, si aquellos espectros angelicales no hubiesen blandido sus armas contra los humanos. 

Parecía una locura: ángeles que en la Biblia se consideraban sagrados, comprometidos a velar por la humanidad que habían cuidado desde el comienzo de los tiempos, eran los únicos causantes de la extinción humana. La raza humana estaba siendo asesinada. Los animales caían poco a poco como si estuviesen respirando un aire espeso, tóxico. Aunque no parecía afectar al hombre, no interesaba, porque los celes de la luz se encargaban de asesinarles como moscas en una malla. 

―Necesito que te quedes quieta ―insistió bajamente una voz grave―. Por favor.
―No ―respondió la voz femenina―. No, Miguel. Explícame qué pasa, ¿sabes qué está sucediendo?
―No puedo explicarte ―suspiró con tal pesadez, como si estuviese tratando de explicarle ecuaciones a una niña de seis años―. Tienes que confiar en mí, ¿vale? ¿Confías en mí? 

Catie le miró fijamente. Aunque podía cerrar los ojos y correr al fuego por él, no quería confiar en su palabra en este momento. Lo sabía, de alguna manera. Sabía que esta situación no era sencilla, ni normal. En efecto, desde hacía días, semanas, nada era normal. Y Miguel no le ayudaba. Poco elocuente, esquivo; ausente. 

―Sí ―respondió, sin embargo. Hasta ahora notaba que sus manos temblaban―. Pero...
―Si confías en mí, entonces necesito que te quedes quieta y me permitas hacer esto. ¿Crees que esto es espantoso? En unos días cosas peores van a suceder, y necesito que estés segura. 

Sus palabras parecían secretas. Susurros apenas audibles para oídos de otros, pero no para Catie, porque Miguel le dedicaba estas palabras sólo a ella. Un secreto que sólo le pertenecía a los dos. Tomó las mejillas de Catie entre sus manos y esperó pacientemente a que la otra aceptase. No podía hacerlo si ella no se lo permitía. Divisó el temor en los ojos oscuros de Catie e instintivamente sonrió, queriendo tranquilizarla. 

―No tengas miedo ―le musitó Miguel, acariciando sus pómulos con ambos pulgares. No necesitaba alzar la voz―. No te haré daño.
―No tengo miedo ―mintió, inhaló profundamente y subió sus pequeñas manos hacia las de su ángel guardián. Le rozaba en los dedos aunque tenían tamaños distintos―. ¿Qué tengo que hacer?
― ¿Tú? Nada. Yo me encargaré de todo.
― ¿Va a doler? 

Los ojos de Miguel se suavizaron, al igual que las comisuras que ya no tenían una sonrisa. Aunque podía hacer parecer un semblante serio, no había más que tersura en la propia mirada. 

―No. Sentirás calidez. 

No sabía cómo, pero su aseveración había provocado en Catie una sonrisa leve, tímida. Estaba tan segura de sus palabras que no podía desconfiar ni siquiera un segundo. No había vacilación. Sabía que no iba a doler en lo absoluto. No le costaba ver a Miguel en la oscuridad, ni siquiera por ser de noche. La luz de la luna se filtraba en algunos lugares, y hacía visible la faz del ángel. Sus ojos refulgían con más fuerza en la oscuridad. Un tono miel tan brillante como si estuviesen a plena luz del día. 

Se encontraba envuelta en una burbuja tan embelesadora, que no fue capaz de oír los golpes en las puertas o ventanas sino hasta mucho después. El corazón le falló y sintió que caería allí mismo, pero Miguel no desviaba su mirada y, cuando Catie lo notó una vez que solamente sus ojos se regresaron a su faz, dejó cautivarse por ésta nuevamente. 

―Los ángeles no tocan otros ángeles ―le informó de la nada, y Catie comenzó a sentir aquello que Miguel le había prometido: calor―, no está permitido. Ni siquiera un medio-ángel... Van a entrar. 

Como si fuese posible, quienes estaban afuera ―no podían ser otros que humanos, porque un ángel ya habría reventado la puerta― golpearon tan fuerte como si hubiesen escuchado que Miguel hablaba de ellos. Catie se removió en su sitio, aunque no podía girar siquiera la cabeza por culpa de los dedos de Miguel que seguían suavemente estáticos en las mejillas de ella. 
―Miguel... ―comenzó, inquieta.
―Pero no te harán daño porque vas a parecer humana, aunque no lo vayas a ser del todo. ¿Me estás oyendo?
―Están...
―Escúchame, Catie ―inquirió, entre autoritario, apremiante y suave―, debes prestarme atención. Van a entrar, y cuando me vean a mí van a querer hacerse de mi cuerpo.
― ¡No! ―no había sucedido, pero Catie ya podía sentir el hueco en el corazón, como si fuese capaz de ver el futuro de su ángel guardián, lleno de personas que querían su sangre. Los ojos se tornaron vidriosos y no faltaba nada para echarse a llorar.
―Cuando pase, te tienes que ir. No pasará nada conmigo. Es materia. No voy a morir.
―Por favor, no...
―Shh... ―siseó él, acercando la cabeza hacia la ajena para reposar frente contra frente.

Catie había sentido el calor teñir sus mejillas, pero el pánico no le había dejado darse cuenta que, en efecto, no era sólo calor. Un brillo azafranado, casi del color del crepúsculo, rodeaba suavemente el cuerpo de Catie. Sus mejillas, su cuello, su ropa; incluso su cabello. Estaba siendo envuelto por aquella luz centelleante que no le ofrecía ningún dolor. Ella cerró sus ojos y se olvidó por breves segundos que estaban haciendo fuerza para entrar y llevarse a su Miguel. 

El calor comenzó a abrasar sus mejillas. 

―Miguel...
―Ya va a terminar... 

No sabía por qué, pero ya no podía abrir los ojos. Le pesaban tal cual estuviese muerta de sueño, aunque no lo estaba realmente. La ardentía empezó a ser, suavemente, intolerable. No sentía el fuego en las manos del ángel, por lo menos, no en la contrapalma, pero estaba sumamente segura que las palmas estaban ardiendo, aunque no sentía quemarse. 

Lo siguiente pasó tan rápido que Catie no pudo reaccionar a tiempo. En unos segundos, Miguel había apartado las manos de su rostro. Su cuerpo fulguraba un fuego que no quemaba. Una luz que no cegaba, pero se sentía cálida, como había predicho.

Catie no fue capaz de mover sus pies. Estáticos en el suelo, fue presente en cómo el ángel caía en una súbita muerta no-natural. No se acuchillaba, no tomaba ningún veneno. No parecía inducir su propia muerte. Miguel le dio una última vista al rostro de su protegida, encontrando una extraña calma en ser el único en ver el brillo que le rodeaba. El brillo de ser un celeste, un ente angelical. Entonces... cayó. 

Simplemente, murió. 

Y la puerta se rompió.

Contraseñas y sueños.

Perdí mi contraseña (para variar), pero mi sesión sigue abierta en mi móvil. Es curioso, pero encontré un bloc de notas con un sueño. Y, no sé por qué, pero me fue inevitable escribir una parte. Tal vez, si me animo desde el móvil, continúe.

Últimamente he pensado demasiado en ti. Tal vez porque volviendo a casa por las navidades entré en la computadora vieja con mi sesión de Jandread, perdí mi anillo (sí, el mismo) por dos horas y estoy leyendo Percy Jackson.

En fin. Si esto resulta ser un desastre, perdóname.

Va en la otra entrada.

miércoles, diciembre 10, 2014

Regresar a casa.

Y ver como tu vida se regresa unos pocos años atrás.

domingo, noviembre 30, 2014

02:02 a.m.


  1. Vete a dormir.
  2. Vete a dormir.
  3. Vete a dormir.
  4. Vete a dormir.
  5. Y vete a dormir.

Update:

No puedo dormir en paz.

Fascinante.

He encontrado la palabra a mi sensación del post anterior.

Creo que puedo dormir en paz ahora.